Escrito por: Sergio Lleras, miembro del Capítulo Astroséneca
El cerebro humano tiene la capacidad de asociar patrones con símbolos, signos, estructuras e imágenes para conformar nuevas ideas, ya sean concretas y prácticas, o abstractas. De esta forma, una vez aprendemos a leer, nuestro cerebro percibe las palabras como ideas completas, sin reparar necesariamente en cada sílaba, o las letras exactas que las componen.
No es de extrañar que encontremos similitudes entre las caprichosas formas de las nubes con animales, figuras fantásticas o formas de objetos cotidianos. Y al observar cielos estrellados, tampoco resulta raro que muchas culturas hayan inventado “constelaciones” a partir de una unión de los puntos más prominentes para dibujar o “imaginar” patrones gráficos culturalmente reconocidos, y en ocasiones venerados.
El desarrollo del razonamiento humano se puede concebir entonces como la construcción de una compleja estructura que combina “símbolos-imágenes” dentro de un esquema lógico (lengua, matemática, ciencia, etc.) compartido por una comunidad que los comprende. Con el avance cultural de las civilizaciones, se desarrollan formas de transcripción que “simbolizan” o “imaginan” de un ámbito específico hacia otro diferente. La notación musical o el lenguaje escrito son ejemplos pertinentes. Su dominio está restringido a un círculo más selecto de conocedores, estudiosos o expertos.
El ejercicio de convertir patrones de pensamiento o “creaciones” en una serie o combinaciones de símbolos coherentes, permitió contribuir definitivamente en el desarrollo de la geometría, la trigonometría, las matemáticas, la física y demás ciencias. Las demostraciones y soluciones gráficas de problemas se convirtieron en una práctica común, sustituyendo ejercicios más complicados.
Con el advenimiento de la fotografía y todas sus derivaciones posteriores, se abrió la posibilidad de hacer visibles fenómenos físicos imperceptibles para el ojo humano. Uno de los primeros fue la secuencia fotográfica lograda por Edweard Muybridge entre 1872 y 1878, haciendo que un caballo trotara frente a una secuencia de cámaras que se obturaban gracias a pequeños hilos tensados por el paso del animal. Buscaba demostrar que en algún momento del trote, la bestia tenía cuatro patas en el aire. Rápidamente se desarrollaron técnicas de fotografía y cinematografía de alta velocidad, aprovechando inventos como las luces estroboscópicas, entre otros.
Los desarrollos técnicos de instrumentos ópticos para descomponer, medir, transformar y capturar información han permitido ofrecer representaciones gráficas que abarcan todo el espectro electromagnético. Ya no nos sorprende observar una radiografía de algún hueso, ecografías, tomografías o representaciones de la nubosidad con imágenes de radar Doppler, para citar unos pocos ejemplos.
Gracias a la tecnología, nuestra era podría caracterizarse como aquella que ha roto la brecha de lo “inimaginable” para ofrecer, por ejemplo las recientes imágenes de agujeros negros en colisión y la representación de los patrones de interferencia de las ondas gravitacionales que deforman nuestro espacio-tiempo. Estamos en la era de la imaginación.
Bienestar