La evolución de la tipología planetaria

Agosto 25, 2021
Astroséneca
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Escrito por: Sergio Lleras/Astroséneca

Ya desde la teoría geocéntrica de Ptolomeo (siglo II de nuestra era) se clasificaban algunos objetos celestes cuyo movimiento aparente en el firmamento difería de las estrellas. Incluía a Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno. La Luna se consideraba como un satélite directo de nuestro planeta, puesto que su órbita no mostraba los comportamientos atribuidos a epiciclos y deferentes, que pretendían explicar, en aquél entonces, los movimientos retrógrados de los planetas exteriores. La denominación de planeta corresponde al de algo “errante o vagabundo”.

Se necesitaron 13 siglos para que se abandonara el geocentrismo, en favor del heliocentrismo propuesto por Copérnico hace ya más de 500 años. Este cambio de paradigma originó la necesidad de caracterizar detalladamente los planetas conocidos, impulsando el desarrollo del cálculo diferencial y las “Leyes de Kepler”, el diseño óptico de telescopios, para culminar con la formulación de la “Teoría de la Gravitación Universal” de Sir Isaac Newton, hacia finales del siglo XVII. Los desarrollos teóricos sobre las líneas de evolución de los cuerpos celestes, comenzando por las estrellas, generaron formas de clasificación bastante claras, de manera que, con una letra, un número y una magnitud visual se podía tener una idea clara del color, edad, composición y tamaño de estas.

Los planetas no corrieron con la misma suerte, pues eran (supuestamente) tan pocos y disímiles, que con su simple nombre bastaba para diferenciarlos, sin clasificaciones especiales, diferente a la condición de ser sólidos o gaseosos. Gracias a los avances de la astronomía observacional, comenzaron a ser visible otros cuerpos errantes que no eran planetas. No solo los tradicionales cometas, ya conocidos “de siempre”, sino asteroides y quizás posibles candidatos a ser considerados planetas.

¿Cómo saber cuáles calificarían como planetas? – La primera aproximación de la Unión Astronómica Internacional consistió en definir que los planetas eran cuerpos que orbitaban alrededor de una estrella -el Sol en nuestro caso-, que deberían contar con suficiente masa y fuerza gravitacional para que su forma sea claramente esférica, además de haber limpiado su órbita de los vestigios del material proto-planetario que habría alimentado su formación.

En 1781 Sir William Herschel descubrió un presunto cometa, pues se desplazaba con respecto a las estrellas, en la constelación de Tauro; se veía un poco nebuloso y parecía aumentar su brillo con el transcurso de las semanas. Al someterlo a consideración de sus colegas, anotaron que podría ser un planeta, pues no se observaba una cola. Así llegó Urano a ser el séptimo planeta del sistema solar.

Neptuno corrió una suerte distinta. A pesar de haber sido observado cerca de Júpiter por Galileo en 1621, supuso que era una estrella y no volvió a prestarle atención. Tendrían que pasar cerca de 200 años para que en 1821 se postulara la posible existencia de un planeta que perturbaba la órbita de Urano.

Durante los siguientes 25 años se refinaron los cálculos, de forma que pudo predecirse la posición para que finalmente el matemático Urbain Le Verrier encargara la observación respectiva a Johann Gottfried Galle, quien lo constató en septiembre de 1846. Este planeta fue más el producto de una deducción, que un descubrimiento observacional.

Con Plutón, su génesis como planeta clasificado fue similar a la de Neptuno. Ya a finales del siglo XIX se observaban perturbaciones adicionales a las de Neptuno en la órbita de Urano, presumiblemente causadas por otro planeta más externo. Sin embargo, los telescopios más potentes no lograban detectarlo. Solo en 1930, en el observatorio Lowell fue descubierto finalmente.

En un principio no se notó que realmente era un objeto prominente dentro del llamado “Cinturón de Kuiper” (1992), parecido a un anillo (entre 30 y 50 unidades astronómicas del Sol) que contiene algunos remanentes del disco protoplanetario que originó nuestro sistema solar. Similar al cinturón de asteroides, contiene una gran cantidad de objetos helados, similares a los cometas, y lo que hoy se clasifican como “planetas enanos”, que incluye a Plutón, Makemake y Haumea. Se piensa que algunas de las lunas de planetas exteriores surgieron en este cinturón.

Estos descubrimientos llevaron a la Unión Astronómica Universal a despojar en 2006 a Plutón de su condición de planeta pleno, para convertirlo en un “desolado” vagabundo que recorre un miserable cinturón de desechos en compañía de un par de pequeños, sin la capacidad de limpiar vigorosamente sus respectivas órbitas.

Paradójicamente la tecnología espectroscópica, los radiotelescopios y los potentes telescopios terrestres y espaciales han permitido caracterizar más de 4.000 exoplanetas, orbitando miles de estrellas. Los antiguos planetas solares, considerados por siglos como cortesanos muy selectos de nuestro astro rey, hoy día son parte de una vulgar multitud.

En las últimas semanas, la ciencia logró no solo fotografiar un planeta extrasolar, sino la formación (por primera vez detectada) de un cuerpo equivalente a su luna satélite. Pronto observaremos nuevas clasificaciones para “exolunas”, muy seguramente. Para finalizar con algo de humor, deberíamos comunicarle a Plutón que “a pesar de la trayectoria, nadie está exento de perder el puesto”.